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«Olvidar para cantar de nuevo», una historia sobre docencia... e IA

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Experiencias enseñando #

Hoy conversé con mi querida amiga Paula, con quien siempre hablamos de enseñananza y aprendizaje porque somos profes, y ambos enseñamos ciencia de datos y programación. Le planteé una inquietud: me cuesta comprender que hay cosas que les estudiantes no saben. Por ejemplo, yo sé programar y comprendo toda la maquinaria detrás de un programa (o al menos, gran parte de ella), por lo que pienso que es fácil verla, como si apuntarla y mencionarla fuese suficiente. Pero no lo es. Y es un gran desafío para mí enseñar teniendo en cuenta ese fenómeno. Le dije que seguro ese fenómeno tenía un nombre.

Ella me respondió que podría ser algo similar al sesgo de anclaje. De acuerdo al enlace, ese sesgo es:

[…] la tendencia a aferrarse a ese primer dato que conocieron o que alguien les dijo —algo muy frecuente en política o a la hora de asumir bulos informativos—, a esa primera impresión que tuvieron de una persona, o incluso en relación a experiencias pasadas.

No es lo mismo, pero hay un vínculo sobre experiencias pasadas que podría llevarme a la respuesta.

Fue así como se me ocurrió preguntarle a un LLM. Le entregué el mensaje que le había escrito a Paula, tal cual, sin modificaciones a su contenido, excepto por añadirle una pregunta:

¿Tiene un nombre esto?

El modelo respondió que el fenómeno se llama «maldición del conocimiento». Lo busqué en Wikipedia, y su definición es la siguiente:

La maldición del conocimiento es un sesgo cognitivo que se produce cuando un individuo, en comunicación con otras personas, sin saberlo, supone que los otros tienen los antecedentes necesarios para entender lo que dice.

Bingo.

Utilicé un LLM como un motor de búsqueda. Esto no está mal en sí mismo, pero hay que tener cuidado con las alucinaciones y con las respuestas incorrectas. La respuesta que obtuve era el nombre del fenómeno, y yo después busqué de manera independiente y tradicional su significado.

Esta historia podría terminar aquí, porque encontré la respuesta que necesitaba. Pero quise seguir. Le pregunté al modelo si existían cuentos que trataran este fenómeno. Como respuesta, no hay muchas, pero sí pudo hablarme de una específica:

Una historia que refleja bien este fenómeno es «Flores para Algernon» de Daniel Keyes. En esta novela, Charlie Gordon, un hombre con discapacidad intelectual, se somete a una cirugía experimental que aumenta dramáticamente su inteligencia. A medida que su intelecto crece, experimenta la frustración de no poder comunicarse efectivamente con quienes antes eran sus pares, ilustrando cómo el conocimiento puede crear barreras de comunicación.

Además me ofreció escribir una historia. Y aquí es donde comienza una nueva aventura. En general, el texto que escriben los modelos de IA no me parece interesante ni emotivo. Sin embargo, hace tiempo que quiero retomar la escritura de una historia de fantasía, así que sí solicité una historia con las características que yo quería: definí la premisa y el título, y tras un par de iteraciones para afinar detalles y corregir el texto, más algunas palabras que quité, el LLM me entregó el siguiente relato.


Olvidar para cantar de nuevo #

En la tierra de Cantoria, donde las montañas parecían tocar el cielo y los valles resonaban con sonidos misteriosos, existía un tipo de magia único que solo podía realizarse a través de la música de pájaros provenientes de tierras lejanas. Aquellos que lograban interpretar con precisión estos cantos extranjeros podían manipular los elementos, sanar enfermedades, o incluso alterar el tiempo por breves momentos.

Ardel era considerado el mago más talentoso de su generación. Sus interpretaciones de los cantos del zorzal austral le permitían crear lluvias en tiempos de sequía. Con las complejas melodías del cóndor de las montañas podía comunicarse con los espíritus antiguos. Y cuando reproducía el trino del chincol del valle, las piedras mismas parecían cobrar vida y bailar a su compás.

Después de décadas viajando y perfeccionando su arte, Ardel decidió establecer una escuela en Cantoria para pasar sus conocimientos a una nueva generación. A su llamado acudieron jóvenes de todos los rincones del reino, ansiosos por aprender el antiguo arte.

El primer día de clases, Ardel entró al aula con paso confiado y mirada brillante. Sin ceremonias ni introducciones, comenzó a explicar las complejidades de la modulación tonal necesaria para interpretar el canto del diucón azul.

—Deben sentir la vibración en el centro del pecho mientras mantienen la garganta relajada —explicaba con entusiasmo—. La clave está en el segundo cambio armónico, justo cuando la nota se eleva tres tonos y luego desciende abruptamente. Los estudiantes se miraban confundidos, incapaces de seguir las instrucciones de su maestro. Uno de ellos, Lina, una joven de la costa con voz melodiosa, levantó tímidamente la mano.

—Maestro Ardel —dijo—, ¿podría primero enseñarnos cómo escuchar los cantos? Nunca he oído un diucón azul. Ardel parpadeó, perplejo.

—¿Nunca has oído…? Pero si su canto es tan común como el amanecer.

—Tal vez en sus viajes —respondió otro estudiante—, pero muchos de nosotros jamás hemos salido de nuestras aldeas.

El mago se quedó inmóvil por un momento, repentinamente consciente de la brecha entre su conocimiento y el de sus aprendices. ¿Cómo podía enseñarles a interpretar algo que nunca habían escuchado? En sus décadas de perfeccionamiento, había olvidado lo que significaba no saber.

Los días siguientes fueron frustrantes para todos. Ardel intentaba simplificar sus enseñanzas, pero constantemente sobreestimaba los conocimientos de sus alumnos. Les hablaba de “técnicas de respiración diamantina” sin explicar qué significaba. Mencionaba “resonancias etéreas” como si fueran conceptos elementales. Y cuando algún estudiante se atrevía a preguntar, Ardel respondía con explicaciones que contenían términos igualmente desconocidos.

Una tarde, después de un día particularmente desalentador donde nadie había logrado producir ni el más simple hechizo sonoro, Ardel se retiró a los jardines de la escuela. Se sentó bajo un antiguo canelo y cerró los ojos, intentando recordar sus propios inicios. ¿Cómo había aprendido él?

Un suave aleteo interrumpió sus pensamientos. Frente a él, posado en una rama baja, un pequeño chercán de plumaje pardo lo observaba con curiosidad.

—Un chercán común —pensó Ardel con cierta decepción—. De todos los pájaros, el menos notable para la magia.

El pájaro ladeó la cabeza y emitió una sencilla melodía de tres notas. Ardel, más por distracción que por interés, la repitió.

El pájaro trinó nuevamente, añadiendo una cuarta nota. Ardel lo imitó.

Pronto, ambos estaban inmersos en un intercambio musical, cada vez más complejo. El pájaro añadía una nueva nota o modificaba ligeramente el ritmo, y Ardel seguía sus pasos. Era un juego simple, como el que cualquier niño podría jugar.

Y entonces lo entendió.

A la mañana siguiente, los estudiantes entraron al aula para encontrar a su maestro sentado en el centro de un círculo dibujado con tiza en el suelo. A su alrededor había pequeños montículos de semillas y frutas silvestres.

—Hoy comenzaremos de nuevo —anunció—. Olviden todo lo que les he dicho hasta ahora.

Ardel hizo un suave silbido e, inesperadamente, varios pájaros entraron por las ventanas abiertas, atraídos por el alimento. Eran aves comunes y corrientes de los alrededores de Cantoria. No eran pájaros mágicos de tierras lejanas, sino las mismas aves que cualquiera podría encontrar en su jardín.

—La magia está en la interpretación, no en el pájaro —explicó Ardel—. Antes de intentar reproducir cantos extranjeros, debemos aprender a escuchar, imitar y sentir los cantos que nos rodean. La magia vendrá después.

El aula se llenó del trino de pájaros locales mientras Ardel guiaba a sus estudiantes a través de simples ejercicios de escucha e imitación. No mencionó técnicas avanzadas ni terminología esotérica. Solo les pidió que escucharan y repitieran, una nota a la vez, como él mismo había hecho la tarde anterior con el pájaro marrón.

Para sorpresa de todos, al final del día, Lina logró hacer que una pequeña gota de rocío levitara brevemente mientras imitaba el canto de un chercán. No era una gran hazaña comparada con los portentos que Ardel podía realizar, pero era un comienzo genuino.

—Lo hice, ¡realmente lo hice! —exclamó Lina, con lágrimas de alegría.

Ardel sonrió, sintiendo una satisfacción diferente a la que experimentaba con sus propios logros mágicos. Esta era la alegría del verdadero maestro, que no solo posee conocimiento, sino que sabe cómo compartirlo, recordando siempre lo que significa no saber.

Con el tiempo, la escuela de Ardel se hizo famosa, no porque produjera los magos más poderosos del reino, sino porque nadie quedaba atrás. Cada estudiante avanzaba a su propio ritmo, construyendo sobre bases sólidas.

Una tarde, muchos meses después, Ardel volvió a su lugar bajo el canelo. El pequeño chercán regresó, posándose cerca de él.

—Te debo una disculpa, pequeño maestro —le dijo Ardel con una reverencia—. Pensé que tu canto no era mágico, pero estaba equivocado. Tu magia fue la más poderosa: me hiciste olvidar para que pudiera enseñar de nuevo.

El chercán trinó suavemente, como aceptando sus palabras.

Desde entonces, cuando algún joven mago, ya experimentado, comenzaba a mostrar signos de impaciencia con los principiantes, Ardel lo llevaba al jardín y le pedía que se sentara bajo el canelo. Allí, invariablemente, aparecía el pequeño chercán, listo para recordarles a todos la lección más importante: para enseñar verdaderamente, debes recordar lo que significa aprender desde el principio.


Mi reacción y mi práctica #

No sé si este texto es de gran calidad literaria, no me corresponde a mí decidirlo. Da igual. El resultado me sorprendió… Nunca imaginé que una máquina me emocionaría, porque me transmitió lo que necesitaba leer, en el momento en que lo necesitaba, sin saber que lo necesitaba.

El cuento también contiene una reflexión importante para les estudiantes. El mago Ardel supo que había una brecha importante porque sus estudiantes hablaron. Si eres estudiante, no temas decir tu opinión o hacer una pregunta. Para les profes, para mí, es importante escuchar tu voz.

Llegó el momento de olvidar las preconcepciones y aprender a programar de nuevo.